Publicado en Ciper Chile, Columnas. 20 de septiembre de 2023.

Por Malik Fercovic, investigador, PhD en Sociología por la London School of Economics. Consejero de Rumbo Colectivo.

En el marco de la conmemoración de los cincuenta años del Golpe de Estado en Chile, dos libros buscaron en 2023 abordar no sólo aquel hito sino también las dificultades actuales de la izquierda en Chile. En su muy comentado Salvador Allende: La izquierda chilena y la Unidad Popular, el filósofo e investigador Daniel Mansuy escudriña la experiencia política de la UP como un problemático legado para la izquierda criolla, enrostrándole en particular al Frente Amplio (FA) carecer de una comprensión cabal y propia de dicho período. En tanto, La nueva izquierda chilena. De las marchas estudiantiles a La Moneda, del economista Noam Titelman, uno de los fundadores del FA, representa lo que podríamos considerar el primer esfuerzo autocrítico de la nueva izquierda: su autor intenta explicar la meteórica llegada a La Moneda de muchos de sus propios compañeros de militancia, pero reconociendo los límites de una política que a su juicio está sostenida en un proyecto generacional que exige aquilatar los difíciles aprendizajes de estos meses en el gobierno.

A mi juicio, y pese a haber gozado de muy extensa difusión en los medios, ambos libros han sido apenas valorados críticamente por la nueva izquierda.

En el caso del libro de Mansuy, el hilo central es una crítica a la figura de Allende en cuanto mito: el presidente que el 11 de septiembre de 1973 deviene mártir, y su gesto heroico y sacrificial en un palacio en llamas, asediado por fuerzas militares insurreccionales. Es un momento cargado de dramático simbolismo, expresivo tanto de la tragedia de la democracia chilena como la esperanza en un futuro mejor, y que configura la fuerza del carácter mítico-moral de la figura y legado de Allende. Con todo, sostiene Mansuy, tal dimensión mítico-moral habría provocado para la izquierda una suerte de muralla cognitiva que le impide comprender políticamente la experiencia de la UP. 

Solo la autocrítica vinculada a la «renovación socialista», liderada por intelectuales como Tomás Moulian y Manuel Antonio Garreton, pudo reconocer que en el derrumbe de la UP hubo tanto derrota militar como fracaso propio. Y es esa renovación socialista la que está en el origen de la Concertación, mismo origen que Mansuy considera que la izquierda frenteamplista ha soslayado con pasmosa frivolidad. Tal omisión no ha sido gratuita: por mucho que al asumir la presidencia Gabriel Boric declarara explícitamente su aspiración a la continuidad con el legado contenido en las últimas palabras de Salvador Allende, lo cierto es que la promesa de reabrir «las grandes alamedas» se evaporó con el contundente Rechazo al Proyecto de nueva Constitución, en septiembre de 2022. Para Mansuy, esta es la «mayor derrota ideológica» del FA; la cual manifiesta la enorme brecha política entre objetivos nobles y la ausencia de reflexión sobre los medios indispensables para alcanzarlos. 

El libro de Noam Titelman, en tanto, no ahonda en el legado de Allende ni de la UP, pero sí provee el primer examen autocrítico de la nueva izquierda chilena que el texto de Mansuy echa en falta. El economista y expresidente de la FEUC explica en La nueva izquierda chilena. De las marchas estudiantiles a la Moneda el surgimiento del sector del que él mismo forma parte como resultado de los «logros» de la Concertación (crecimiento económico, ampliación de oportunidades educativas, democratización del acceso al consumo), así como de sus «fracasos» (persistencia de desigualdades, privatización de la vida social). Anclado en las movilizaciones de 2011, el desgaste de la política transicional y aupado por las múltiples demandas de cambio del estallido de 2019, el FA habría alcanzado La Moneda sobre la base de su impugnación de la centroizquierda concertacionista y la apuesta de un proyecto de recambio generacional. Una vez en el  gobierno, sin embargo, el conglomerado se vio rápidamente confrontado con serias dificultades para gobernar al pueblo cuyos anhelos de cambio decía representar. El impulso inicial favorable fue sepultado con la categórica derrota de la propuesta emanada por la Convención Constituyente y por los propios errores del gobierno. Este nuevo escenario, afirma Titelman, obliga al FA a reconocer tanto la incapacidad de sostener un proyecto político en la mera renovación generacional como la urgencia de elaborar «un diagnóstico que explique, de manera clara, el momento político que vive Chile».

En una sociedad marcada por la «desconexión» entre élites políticas y ciudadanía, Titelman invita al FA a repensar su proyecto político a partir de una tríada analítica: ideología, identidad y representación. Defiende la idea de contar con partidos políticos con lineamientos ideológicos claros y densos. Desde este prisma, el FA constituiría una adaptación a los nuevos tiempos de la antigua renovación socialista antes mencionada —uno que reúne las preocupaciones «por el fin del mundo» (ecología) con las de «el fin de mes» (derechos sociales)—, pero cuya aspiración por «superar el neoliberalismo» no es más que una brújula de incierta precisión en el marco de crecientes reivindicaciones identitarias. En un contexto de lineamientos ideológicos difusos, en el que la pregunta por quiénes somos tiende a sustituir la pregunta hacia dónde vamos, Titelman constata el auge de las «identidades negativas»: ciudadanos que votan más como expresión de rechazo que de apoyo. Ante la desafección ciudadana con la política institucional, agrega, se vuelve cada vez más difícil la representación política, particularmente aquella que promueve una «visión de conjunto» con capacidad de empujar un proyecto político coherente e inclusivo.

El FA, en suma, no ha decantado aún reflexiones maduras ni consistentes respecto a ideología, identidad y representación. Sin emprender esta tarea, sugiere Titelman, la nueva izquierda difícilmente podrá transformar su programa de gobierno en realidad. Su libro concluye con un llamado a construir un nuevo pacto social, en una democracia concebida más como alianza de clases que como lucha de élites; y, como tal, el autor aplaude la incorporación al gobierno de liderazgos políticos provenientes de la exConcertación, como el de Carolina Tohá. Aunque este reencuentro intergeneracional de izquierda reflejaría una promisoria despolarización de las elites políticas encaminada a ofrecer mayor gobernabilidad, la ciudadanía no ha dejado de profundizar su desconfianza hacia éstas. En tal sentido, advierte Titelman, los jóvenes que en el último tiempo se han incorporado a las nuevas y precarias clases medias siguen careciendo de canales legitimados de representación política.

En tales condiciones, ¿cómo elaborar un nuevo pacto social sin reconstruir en paralelo vínculos estables y creíbles con una ciudadanía intensamente escéptica y «desconectada» de todas las élites políticas? Esta espinuda pero ineludible pregunta, que no se encuentra en ninguno de los libros acá analizados, plantea inquietantes dudas sobre el presente y futuro de la izquierda chilena. 

En política, como subrayan con razón Mansuy y Titelman, no basta con declarar lo que se quiere hacer si no se examina a fondo cómo lograrlo ni se comprende cuáles son las fortalezas propias y cuáles los poderes y obstáculos a sortear. Es significativo que tal lección concierna tanto a la UP como al FA, incluso con cincuenta años de distancia entre un proceso y otro. Para revertir esta persistente tendencia, la izquierda necesita más y mejor debate al interior de sus propias filas: desde el filosófico hasta el técnico, pasando por el crudamente político, e involucrando tanto su propia producción intelectual como la de sus adversarios. Renunciar a ello no sólo hace más esquiva la tarea de reconstruir un nosotros que sirva de soporte colectivo para un proyecto político, sino que también nos priva de abordar los desafíos estratégicos de nuestro tiempo y la viabilidad de nuestro futuro.

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