Entrevista publicada en el diario La Segunda (15 de mayo 2024).

Dice que mientras la izquierda intenta retomar la palabra después de la derrota constitucional —con un papel clave de síntesis del Presidente Boric—, ve en la derecha una lucha de liderazgos que polariza posiciones y comienza a interpretar con el tejo pasado el estallido social.

Con 27 años, Tomás Leighton es el líder del think tank Rumbo Colectivo, ligado a Revolución Democrática. Se trata de un equipo de cerca de 10 personas, que investiga en políticas de cuidado, derechos sociales, medio ambiente y nuevo modelo de desarrollo. “Son, digamos, los desafíos que enfrenta la sociedad actualmente”, resume.

El bicho político le viene desde mucho antes de que en 2014 liderara la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (Cones), el primero en ese cargo proveniente de un colegio privado (La Girouette). Incluso antes de fichar en RD en 3° medio. En sus recuerdos pesa fuerte la figura de Jorge Molina Valdivieso, su abuelo, exMapu y luego diputado PPD en el retorno de la democracia. “Si bien mi abuelo fue mi inspiración para involucrarme en los asuntos públicos, la mayor enseñanza política que me ha transmitido es que para él no todo en su vida es la política. Y eso es muy político: una definición de pasar mucho tiempo con la familia. La política tiene que ser una esfera que habilite que podamos convivir en el resto de las esferas”.

Sociología en la Chile y estudios de comunicación en Alemania complementaron su formación. Estudió la construcción de la “imagen país” en transiciones democráticas y periodos constituyentes, teniendo como referencia obligatoria el iceberg chileno en Sevilla (1992). Hoy, debe ayudar a que la izquierda retome el proyecto tras los golpes de la derrota constitucional.

Y por esto último, emulando los antiguos boletines de autoinformación sindical o de mujeres obreras, e inspirándose en la revista «Rumbo» —creada por militantes socialistas en los años 30— este think tank sacó ahora su propia revista del mismo nombre: “Lo más importante que tiene que hacer hoy un centro de pensamiento de nuestro sector es recuperar la palabra, reordenar las piezas de un puzzle que se nos anduvo desordenando después del 4 de septiembre. Tuvimos un momento largo en donde se le pidió a la gente que imaginara el país que soñaba. Lamentablemente esa pregunta no tuvo una respuesta a la altura para tener una nueva Constitución. Ese momento convulso para muchos quedó trunco. Y es muy difícil volver a reordenar las piezas de nuevo: cuál es nuestra interpretación de lo que pasó, dónde estamos, cuál es nuestro proyecto. Dar espacio de discusión a las ideas es fundamental”.

—En la editorial del primer número, enfatizaban la importancia de establecer una relación entre el 18-O con el Chile actual, porque de esa respuesta quizás derivan algunos caminos.

—¿Qué es lo que hay detrás de eso? Es tratar de no mirar la foto del momento, ni la del 18-O, ni la del 4 de septiembre, ni la de ahora sola; sino ver una sucesión de imágenes. Primero: identificar que en Chile existe y existió un malestar social desde fines de los 90, parcialmente ignorado por la política, y frontalmente ignorado por el empresariado, que explica un poco la paradoja de que el 18-O un país de ingreso medio alto estalle como lo hizo. En ese momento, el empresariado tuvo un breve mea culpa por cómo se estaba repartiendo la torta, por así decirlo. Pero ahora, lamentablemente, observamos que algunos sectores retornan a la indiferencia de siempre. Hay un intento un poco más revanchista de decir que aquí no pasó nada. De hecho, hay una disputa interesante al interior de los centros de pensamiento de derecha: algunos dicen que sí había un malestar, pero el grueso dice que no. Y hoy pasamos ya no a la negación del malestar, sino a una interpretación revanchista del malestar. No se busca devolvernos al estado en el que estábamos, sino incluso tirar el tejo más pasado hacia atrás, que mano dura, que son activistas de izquierda los que están destruyendo las instituciones, y por ende que no hay que dar ningún espacio, etc.

—Y en tu sector, ¿el desorden en el puzzle permite visualizar por dónde debiera ir la reflexión de la izquierda?

—El Presidente Boric no tardó ni dos semanas en expresar su opinión sobre el rechazo del 4 de septiembre del 2022 en la ONU: llamó a los gobernantes del mundo a escuchar la voz del pueblo. Recoge de alguna manera el mensaje de la ciudadanía, y hace un reordenamiento de agenda. En ese sentido ya hay algunas señales de cuál es la síntesis. Primero, no considero que haya una distancia tan grande entre gestión e ideología. Y en ese sentido, desde hace poco menos de un año los centros de pensamiento progresistas nos propusimos hacer cosas prácticas, porque las respuestas sobre el futuro están más en las acciones concretas de, por ejemplo, los gobiernos locales o el gobierno central, que en la nostalgia de un oasis pasado o de imaginarnos una lista de supermercado de cómo debería ser la sociedad. La respuesta es valorizar lo que la política, los municipios por ejemplo, hacen bien, para profundizarlas y replicarlas. Los laboratorios programáticos municipales son la respuesta más fresca a este periodo de incertidumbre; que el proyecto país del Frente Amplio (FA) hable en nuestras acciones, no tanto en nuestras palabras.

“Donde sí hay batalla cultural es en la derecha”

—¿Hay muchas iniciativas frenteamplistas replicables?

—Estamos planteando una escala geográfica de la gradualidad: no vamos a probar si esta reforma sirve poco a poco, sino que vamos a probar si lo que funciona en un lugar puede trasladarse a otro. ¿Por qué no es un cosismo en el sentido de pura gestión y no de ideología? Identificamos buenas prácticas, pero también encontraremos obstáculos: no puedo aplicar la misma política de cuidados en Viña del Mar que en Visviri, porque hay una obscena desigualdad de recursos entre municipalidades, resultado del proyecto municipal de la derecha, que incluso intentó recortar más el Fondo Común Municipal en la discusión constitucional para eximir a los propietarios más ricos del pago de contribuciones. Por eso, también buscamos una descentralización basada en financiamiento igualitario: este Gobierno ha avanzado más que ningún otro en igualdad territorial municipal, pues la ley de Royalty, con sus US$1.350 millones anuales, es la mayor inyección de recursos frescos al financiamiento municipal en 10 años.

—¿Y experiencias concretas?

—Por ejemplo, los municipios de Maipú y de Viña del Mar han hecho dos cosas interesantes. Primero, le han devuelto la eficiencia a lo público (la sanitaria municipal de Maipú redujo en alrededor de 12.000 las fugas de agua) y Ripamonti ha hecho lo propio al demostrar que se puede ser más eficiente que la alcaldesa anterior en el uso de los recursos públicos. Segundo, han recuperado el espacio del público para el tiempo libre, porque cuando le devuelves la Plaza de Maipú a los maipucinos y organizas un concierto seguro para 15 mil personas, es para que la gente tenga más tiempo libre para pasar en familia, en una actividad alternativa al mercado. Ahí está la ideología del FA y del Gobierno.

—Hace poco escribiste una columna en la que advertías que si bien el malestar no se ha ido, pareciera que la indignación da lugar a otros sentimientos, como el miedo, miedo inminente al quiebre de lo poco estable que queda en la vida social. Si la izquierda es cambio, ¿los tiempos acompañan en el corto plazo a un proyecto de izquierda?

—Rebato esa idea. Son tiempos también de que la izquierda reconecte con la protección y con la seguridad. Programáticamente se expresa en que este es un Gobierno de tiempo y cuidado, que ha tramitado leyes como las 40 horas, la de conciliación laboral y que implementará un plan de cuidado. La gente quiere estar tranquila, pero no quiere volver atrás. ¿Qué significa volver atrás? El futuro que ofrece la derecha: una especie de nostalgia del oasis de estabilidad, de un espejismo en el cual supuestamente vivía Chile.

En este punto, Leighton profundiza en su crítica hacia la derecha que se estaría anclando en la interpretación revanchista sobre el malestar, donde —en síntesis— le echa la culpa de la situación del país a quienes avivaron un enojo con el sistema: “Pero ese enojo no fue articulado por la izquierda, fue mucho más espontáneo y resultado de años de desoírlo. En esta suerte de matrimonio que va a ir ocurriendo entre Chile Vamos y republicanos, como en todo matrimonio conservador, el divorcio es bien difícil. Y es lo que está pasando en la región: el mayor problema con la ultraderecha no siempre son los nuevos partidos de ultraderecha, sino que son los efectos que ésta tiene en el resto del sistema político. La derecha convencional se ve obligada a reforzar su identidad para no perder electorado y termina adoptando discursos y prácticas de la ultraderecha. Y en ese sentido, las credenciales liberales de la derecha convencional corren peligro con esa interpretación revanchista del malestar”.

—¿No opera lo mismo para el otro lado? El hecho de que ustedes estén en alianza con el PC rigidiza la posibilidad de flexibilizar las agendas, por ejemplo.

—El liderazgo de la ministra Jara y de la ministra Vallejo son la prueba más viva, de que no es lo mismo la situación que vive hoy día el oficialismo con un Gobierno alineado, con flexibilidad y diálogo, cediendo cosas que a veces son súper fundamentales para poder llegar a acuerdos; versus lo que veo del otro lado: un nivel de competencia tal entre Kast y Matthei, que por pelearse el electorado incurrirán en una escalada de radicalización. Porque donde sí hay batalla cultural es en la derecha, no en la izquierda.

—Pero la presidenta del PS, en el último aniversario del partido, enfatizó que ellos no son woke, criticando a quienes dan una lucha identitaria versus universalista. Susan Neiman vino hace poco en Chile. ¿No hay ahí una batalla cultural en la izquierda?

—El libro de Susan Neiman tiene la promesa de salvar a la izquierda, supuestamente, pero salvaguarda ciertos principios o supuestos conservadores sobre la izquierda, como el hecho de que preocuparse por las mujeres trabajadoras es del mismo orden que preocuparse por el cuidado del medio ambiente o por las diversidades sexuales, cuando en realidad no es así.

—El “Manifiesto Socialista” le pone nombre a esta suerte de desconexión: nuñork.

—A mí me cuesta ver eso con tanta claridad. El PS también tiene una gran renovación, una camada de diputados y diputadas súper joven y muchos de ellos han sido férreos aliados del FA en el Congreso. Esa crítica es genérica y mete muchas cosas en la misma juguera, que no tienen nada que ver.

—¿El mundo frenteamplista no ha caído en ese error?

—No, absolutamente no (…). El Presidente Boric no ha abandonado su propuesta inclusiva de un Chile mejor. Ese proyecto, de hecho, no partió sólo con él. Si hoy estuviéramos en 2013 y gobernara Michelle Bachelet y hubiera existido un libro sobre lo woke, sectores conservadores de derecha tratarían a Bachelet de woke, por hablar de la diversidad, de igualdad. Es poco realista creer que acá el FA inventó la rueda en el sentido de la izquierda. Hay una continuidad programática, por así decirlo, entre Bachelet y Boric: representan el mismo proyecto de justicia social. ¿Por qué continuidad? Porque cuando yo digo que este es el Gobierno del tiempo y del cuidado, apunto a un proyecto para los trabajadores actualizado al siglo XXI: preocupado de las condiciones en que las personas trabajan, que corren contra el reloj, que no tienen tiempo para un descanso efectivo.

“Los sistemas políticos son engranajes de muchas partes”

—El Gobierno destaca que ha logrado normalizar el país. Tú eres sociólogo, ¿por qué las encuestas no recogen esa percepción? ¿Será sólo un discurso?

—Los chilenos están muy preocupados por la situación de la inseguridad, basado en una realidad material. Tenemos graves problemas de nuevo tipo de criminalidad y todos los sectores políticos debemos tener las mejores soluciones para enfrentarlo. Después, tenemos personas que todavía no ven reflejadas los avances… Hay datos objetivos respecto a la mejora de ciertos indicadores relacionados, por ejemplo, con la reducción de los homicidios. Pero es distinto darse por satisfecho y pensar que eso cambiará de un día para otro la percepción de los chilenos, porque eso es un trabajo lento. Lo importante es que se pongan en el centro las prioridades para cumplir con esas expectativas: preocuparse de la seguridad pública y social.

—¿No es un discurso entonces que sea chocante para la opinión pública?

—La tarea es más compleja que solamente destacar los logros en normalizar el país. Al mismo tiempo, hay que redoblar los esfuerzos para que eso se vaya reflejando en cumplir las expectativas, que son, por supuesto, mucho más sentidas. Hay también un debate sobre las cifras macroeconómicas y de indicadores como la inflación: el Gobierno salvó a Chile de la crisis económica, de hecho tuvo una consolidación fiscal récord respecto a países incluso de la Unión Europea. No se puede ser indolente con que las personas quieren que eso se vea reflejado en su acceso a bienes y servicios de calidad.

—Hablabas del proyecto de futuro. ¿Cuáles crees que serán los ejes del debate presidencial que viene?

—Dependerá de cuánto la política logre ponerse de acuerdo en pensiones y en pacto fiscal, primero. Junto con seguridad, son los tres temas hiper-mega-prioritarios, de las personas.

—¿Pero qué probabilidad ves en que la derecha apruebe algo de esta agenda?

—Veo a la derecha muy atrincherada en defender posiciones para competir en sus disputas internas, más que cediendo o pensando en lo que venga después. Y eso es un problema estratégico.

—Se está volviendo a debatir una reforma al sistema de partido. ¿Para ustedes la fragmentación es un problema?

—Domingo Lovera plantea que hay un conocimiento acumulado de los dos procesos que nos deja una suerte de laboratorio constitucional; como que ya tuviéramos una Constitución, pero no lo sabemos, y le corresponde a la política aplicarla. El problema es que los políticos son los incumbentes y tienen intereses. Hay quienes han planteado que el problema no es necesariamente el sistema proporcional ni el número de partidos, porque un número distinto no asegurará que los representantes ya no se crean dueños de sus votos. El problema tiene que ver con los personalismos: hay mucho discolaje y pocos incentivos para que los partidos tengan peso en sus decisiones más colectivas, que hayan muchas más órdenes de partido por decisiones de sus responsables. Los sistemas políticos son engranajes de muchas partes que funcionan al mismo tiempo, y si tú desequilibras una, la otra falla; entonces no puede negociarse parte por parte. No podemos decir “tenemos acuerdo en el umbral”, check, sigamos al siguiente.

—El frenteamplismo en la Convención valoraba la diversidad de grupos versus los intentos de reducirla en aras de mayor gobernabilidad.

—El que el FA se esté unificando es para predicar con el ejemplo si te preocupa la fragmentación política. Al mismo tiempo, la necesidad de cuajar en un solo partido también tiene que ver con abandonar una suerte de independentismo conceptual, un modelo que asumía que la independencia política era un valor en sí mismo: ahora el FA va a invitar a la ciudadanía y a los sectores sociales a involucrarse en su toma de decisiones, ser parte del colectivo y entender que, como decía alguien por ahí, uno no termina en uno mismo.